jueves, 22 de septiembre de 2011

En cada esquina un templo


Ciudad caótica, mas aún si la comparamos con cualquiera de las ciudades chinas, pero más autentica, al estilo de las indias y las del sudeste asiático, donde la vida trascurre en la calle y los coches y las miles de motos pitan, pitan y pitan.
Kathmandu, su valle, (con sus ciudades auténticas como Patan y Bhaktapur con sus impresionantes Durbas square), y sus mil templos. En cada esquina uno, enormes, más grandes, más pequeños, en patios, en mercados, a la entrada de las viviendas, en pequeñas plazas, enredados en las raíces de los árboles, en los pozos de agua, en callejones, personalizados, donde los niños juegan, los mayores descansan, algunos rezan, otros piden, pero siempre respetan, integrados perfectamente en el ritmo de esta caótica ciudad.


                 

              


                                                                                             



El hinduismo aquí le va ganando terreno al budismo, y Shiva, Ganesha y Parvati se dejan ver entre Oms y Mandalas.






Mientras vamos preparando el permiso para el treking, un poco de “laundry” y con más calma, vamos recorriendo sitios que suenan de un año atrás, repetimos restaurantes, fotos, recorridos, callejones, pequeños locales de Chai y donunts que una vez nos enseñaron Juancho y Ro, alguna tienda de montaña donde nos recuerdan y algunas cerveza en el Reague Bar en su azotea con música en directo acompañados de Cinthia y Bart, con los que posiblemente haremos el treking.
Ha habido un par de bajas desde España, con los que nos íbamos a encontrar aquí, con ellos y con  “pueblo” pero no ha podido ser, así que recupérate pronto. Igual cuando vengamos del treking están por aquí.





Esto no es China


Para bien y para mal, esto no es China.
Estamos pronto en el paso fronterizo, a eso de las 8, pero este no se abre hasta las 10 y ya hay cola, bien organizada por cierto. Turistas, chinos, indios y algún nepalí esperan a que se abra la frontera para cruzar al otro lado.




Por fin son las 10, poco a poco vamos  avanzando, sellamos nuestros pasaportes (adiós China), salimos de la aduana, cruzamos un puente tierra de nadie, ya estamos en Nepal y se acabó.

                

 Se acabó el control policial, la censura, las manadas de turistas chinos, ese altísimo tono de voz tan molesto, esas brutales ciudades con sus grandes centros comerciales. Pero también se acabó:
- el orden y la eficiencia; en el lado nepalí, el control de entrada y la obtención del visado es caótico.
- el transporte público en condiciones; después de un duro regateo  hemos podido conseguir el mejor transporte posible: dos asientos  enfrentados en la parte trasera de un pequeño jeep que nos lleve a Kathmandu.

                 
                

                

- el asfalto; la magnífica carretera por la que bajabamos ayer se ha convertido por tramos en una pista, embarrada, llena de baches, donde todo el agua que cae por la montaña y que también estaba canalizada en el lado chino, se desploma  sobre la propia pista formando enormes charcos.
y algunas cosas más, que  quizás estábamos esperando que acabaran, pero empiezan otras muchas que a lo mejor son las que estamos buscando.
Con tan solo cruzar un puente, cuántas cosas cambian. Los rasgos de la gente para nada son chinos, ni siquiera tibetanos, aquí tiran mas para lo hindú. A un lado del puente Nepal, Asia y al otro lado el hermano mayor, China
Está claro que China no es Asia, no se parece a ningún país de su alrededor. China es China.


                




martes, 20 de septiembre de 2011

La Carretera de la Amistad


        

Solo el nombre te invita a recorrerla. Un trayecto que une Lhasa con Kathmandú por una carretera que pasa por varios puertos de montaña de más de 5.000m. Recorre fértiles valles de altura, atraviesa remotos pueblos tibetanos, donde la presencia de población china es inexistente, lagos de un increíble azul turquesa. Una carretera que atraviesa la cordillera del Himalaya para descolgarse en su última parte hacia el subcontinente indio. Paisajes espectaculares donde se pueden ver unas 5 montañas de más de 8.000 m y por supuesto el techo del mundo el Qomolangma, el Everest.


Salimos de Lhasa pronto. Hemos pasado tres días a más 3.600 m y hemos aclimatado bien. Esto en realidad es importante ya que vamos a dormir a unos 5000 m y una mala aclimatación puede fastidiarte el viaje. La carretera es buena, muy buena, mejor de lo que nos esperábamos. Se termino de asfaltar hace cuatro años y lo que antes se hacía en diez días ahora se hace en tres. Los chinos han metido mano a esta carretera y han hecho un gran trabajo. Vamos ganando altura progresivamente hasta pasar el primer puerto a 4.700m  y detrás el primer regalo el lago Yamdrok: “preciosisisimo”, azul, azul, muy azul; es uno de los lagos sagrados más importantes del budismo y los tibetanos lo veneran con multitud de banderas de oración en sus orillas.


Atravesamos las primeras poblaciones, todavía se nota la mano china, el paisaje es espectacular, las montañas que nos rodean van ganando altura y tras pasar otro puerto de 5.000 m el glaciar Karola, colgado de su montaña de más de 7.000m. Impresionante. Por estos lares los rasgos de la gente son más duros, las condiciones del tiempo hacen mella y la forma de vida no es fácil.

                      


Dormimos en Shigatse, la segunda “ciudad” más importante del Tíbet, 4.000 habitantes, nada que ver con las mega ciudades chinas, aunque hasta aquí también ha llegado la subvención china para poblar el oeste.
El día siguiente promete, empezaremos a ver montañas de 8.000m y por supuesto el Everest. A eso de las 9 ya estamos en la puerta del monasterio de Tashilunpo. Esta vez no entramos y nos unimos al kora. De los más bonitos. Transcurre por una montaña rodeando el monasterio.







Mientras, Dawa, nuestro guía, va a tramitar los permisos de entrada al Campo Base del Everest, donde dormiremos por la noche.
En realidad el permiso de entrada al Tíbet no es una broma, sin él no te puedes alojar en ningún hotel y a lo largo de la ruta tienes que enseñarlo en varios controles.
Estos trámites nos han hecho perder toda la mañana y van a trastocar un poco los planes. De Shigatse salimos tarde, casi a las tres y tenemos 7 horas de camino lo que nos hará llegar de noche. Los paisajes siguen siendo increíbles, hoy cruzamos  el puerto más alto, 5.248 m donde en realidad falta el aire y las vistas son magníficas.







Seguimos camino, una fuerte tormenta hace que nos retrasemos un poco más. Dejamos la carretera principal y nos metemos por una pista que nos llevara hasta el Campo Base del Everest, pero antes tendremos que recorrer más de 100 km y atravesar otro puerto de más 5000 m. Desde lo alto del puerto podremos ver  la cordillera del Himalaya con sus montañas más importantes. Comenzamos a subir el puerto, son más de 20 km, y la luz se va acabando. Cuando llegamos arriba es casi de noche. La decepción es grande. Un mar de nueves tapa los picos, tan solo el Cho Oyu con sus 8.201 m, deja que los últimos rayos de sol bañen su cima, del Everest ni rastro.


Apuramos las últimas luces del día en el mirador y emprendemos la bajada. Es noche cerrada y nos estamos perdiendo posiblemente los paisajes más impresionantes. Cambiamos planes y en la primera pequeña población que encontramos nos quedamos. Alojamiento básico, muy básico, cena básica también, pero muy rica y los baños más básicos aún, pero limpios. De estos sitios con encanto. Mañana madrugaremos más para llegar pronto al Campo Base.






A las 7 ya estamos andando, la mañana es fría y encapotada, estamos casi a 5.000m y nos quedan unos 40 km para llegar al E.B.C. Según vamos avanzando el cielo va abriendo y ya llegando, al girar una curva cerrada, la suerte decide  darnos todo lo que nos quito ayer.
El Everest, despejado, no hay nubes, la vista es increíble 8.844 m de montaña, y según nos vamos acercando parece mas y mas grande. ¿Cuántas fotos? ¿Cien mil? Más o menos y desde el campamento otras tantas, con la sonrisa en el rostro y con cara de tontos pasamos más de dos horas andando un poco por la zona sin poder dejar de mirar al “techo del mundo”. Espectacular, magnifico, impresionante…. cualquier adjetivo se queda corto para describir lo que estábamos viendo.











Con la sonrisa puesta nos despedimos del gigante y continuamos camino, todo lo que viene, sin ser poco, se queda en nada visto lo anterior.
Cruzamos un pueblo realmente tibetano, sin rastro de chinos por ninguna parte y es que esto está demasiado lejos de cualquier parte para que vengan a ocuparlo.
Cruzamos el último gran puerto de montaña de más 5.000 m y la carretera se desploma por un profundo barranco hasta el pueblo de Zhangmou a 2.300m, nuestra última parada en China, al menos de momento. El paisaje cambia radicalmente según vamos bajando, pasamos de la gran estepa tibetana sin apenas vegetación, a una zona de barrancos donde el agua corre a raudales y el verde es el color predominante.
Si tuviéramos que dar nota a las carreteras chinas, sería un diez, pero para la Carretera de la Amistad se le queda corta, mejor un 20.







lunes, 19 de septiembre de 2011

Donde la tierra se mueve


(Esta entada va fuera de sitio pero la actualidad manda)



Una de Ma Po Tofu, otra de cerdo con tiras de pimiento verde y una más de Kombao chiken, con un montón de arroz y un par de Lhasa Beer para celebrar nuestra última comida en china, acompañados de Cinthia y Bart, en el pueblo de Zhangmu justo en la frontera china con Nepal.
Zhangmu está situado en la ladera de una montaña, colgado en un profundo barranco rodeado de exuberante vegetación, donde el agua mana por todas parte y se precipita en dirección al fondo en un sin fin de cascadas.




Son las ocho y media, y la Lhasa Beer se mueve, se mueve, se mueve, no es el tren de las 9, por aquí es imposible que pase ningún tren. Se mueven los platas, la mesa, las luces y empieza el desconcierto, “todos pa fuera”. Se mueve el suelo, los coches  y también las pocas farolas que hay. De repente todo se para, han sido 15 segundos, quizás 20, poco más. Daños? Aparentemente  ninguno, un montón de gente en la calle y dentro del restaurante la cerveza sigue en pie. Seguro que en la India, en Tíbet y en Nepal lo han pasado peor.
Estamos bien, gracias

De Kora por Lhasa

En lo alto del palacio de Potala, sede del antiguo gobierno tibetano y lugar de entierro de los últimos 8 Dalai Lamas, ondea la bandera china en una clara muestra de desafío al pueblo tibetano, respaldada por una gran cantidad de policía y ejército, como no hemos visto en todos estos días en China, postrado en cada una de las esquinas del barrio tibetano y armado hasta los dientes con fusiles de asalto, cascos, escudos y protecciones de todo tipo, desfilando en sentido contrario al “Kora” (recorrido que se realiza alrededor de los lugares sagrados del budismo) en una clara posición intimidatoria, obligando a los peregrinos, que caminan a cientos, a retirarse a su paso, como si estos, armados con sus collares de cuentas y sus molinillos de oración, fueran a atacarles en cualquier momento.






La verdad es que a la llegada a Lhasa esto choca bastante, pero después de tres día aquí, y viendo la indiferencia que los tibetanos demuestran ante esta pavoneo del ejército chino, se convierte en parte de la rutina diaria de esta ciudad.
Esta rutina principalmente se basa en la realización diaria de los koras, tres en concreto:
- El primero recorre las calles aledañas al templo sagrado de Jokhang. Es el más concurrido y quizás el más vistoso para el extranjero. Transcurre por el centro de la ciudad vieja, por sus estrechas calles plagadas de puestos callejeros en los que venden todo tipo de recuerdos tibetanos así como artículos de rezo, y por el cual te ves obligado a pasar para ir a cualquier parte de la zona vieja. Una vez dentro del Kora te ves arrastrado como si se tratase de una marea, invitándote de alguna manera a formar parte del rito, acompañados de ciento de tibetanos, algunos locales de Lhasa y otros muchos venidos de todas partes vestidos con sus típicos trajes que los diferencian, haciendo girar sus molinillos al compás de sus oraciones, hasta encontrar el desvío apropiado y salir de la corriente. Toda persona que viene a Lhasa, inevitablemente forma parte de esta kora, incluidos nosotros.


- El segundo, recorre el perímetro del Palacio de Potala, lugar también sagrado. El Palacio, encaramado en lo alto de un cerro, preside la ciudad, con sus 13 pisos de altura y más de 1.000 habitaciones, la mayoría pequeñas capillas interiores y otras pocas habitaciones y lugares de recepción de los Dalai Lamas en su estancia en este palacio de invierno. Sagrado también porque se encuentran las tumbas de los Dalai lamas. La más impresionante de todas es la del 5º Dalai, enterrado en una estupa de oro puro, de más de 15 m de altura y unos 3.700 kg de peso, donado por todo el pueblo tibetano para honrar su memoria.


-El tercero, circunvala toda la antigua ciudad sagrada de Lhasa en un recorrido de más 12 km.
Los tibetanos realizan los tres a diario en un recorrido que les lleva más de 5 horas, gente de todas las edades, mayores muy mayores y niños muy niños, que según ellos dicen les ayudan a limpiar la mente y a mantenerse en forma. Unos los realizan simplemente andando y otros cada tres pasos hacen un rezo y se postran en el suelo, para cumplir así alguna promesa.

                   

La transformación de la ciudad desde la invasión china es clara  y estos hacen todo lo posible para que así sea, como se puede apreciar si uno se da una vuelta por las inmediaciones del Palacio de Potala, con su nuevo “Departament Store” con sus letras bien grandes en chino y sus luces de neón.
Lhasa se divide básicamente en dos partes, el barrio tibetano, lo que era la ciudad antigua y donde se concentra la mayoría de la población tibetana y que aún conserva ese ambiente de antaño, con ese olor característico a leche agria de yak a la entrada de sus templos, con un casco viejo muy bien conservado que te hace transportarte a otra época, y la extensa ciudad china, esta vez sin grandes rascacielos (cosa que se agradece) con ese aire de consumismo chino, donde viven casi 300.000 chinos venidos de todas partes y subvencionados por el gobierno para hacer del pueblo tibetano casi una minoría en su propia tierra.
Desprovistos de bandera, declarada ilegal, prohibida toda veneración a su actual líder religioso el 14º Dalai lama y con el ejercito en sus calles, los tibetanos intentan mantener sus costumbres luchando en la sombra contra la opresión china.